Robo

 


Robo

La cafetería estaba llena, los mozos terminaban de atender una mesa y comenzaban con otra. Naturalmente era un lugar tranquilo, un lugar donde leer un libro, sin embargo hoy no era así. O tal vez el ruido resaltaba del silencio que a nosotros nos envolvía.

- Entonces pudiste conseguir un lugar cerca del trabajo - me preguntó, no, no me preguntó, me afirmó Sebastián.

- Y tu uno cerca de la casa de tus padres - le respondí con el mismo tono

- ¿Tuviste problema alguno en llevar la heladera? - esta vez si cuestionó.

- Por suerte un compañero del trabajo tiene una chata, y me pudo ayudar con eso - comenté mientras el asentía con la cabeza como aprobando la acción.

Sebastián apenas había tocado su café, yo por el contrario estaba a punto de pedirme otro.

- Estas nerviosa - afirmó mientras miraba mis manos, para luego mirar el edificio de enfrente, a través del enorme ventanal de la cafetería - siempre tocas tus pulseras cuando estas nerviosa - agregó.

- ¿Tu no? Siento como si me estuviesen robando algo.

- No te pueden robar algo que no te pertenece Analís - me respondió calmo. El siempre había sido el más tranquilo de los dos.

- Pero lo hizo, en algún momento lo fue.

- Tú misma lo dijiste “lo fue”, es tiempo pasado, uno no vive del pasado.

- Pero se aprende él, y cuando uno aprende es a partir de la experiencia, y la experiencia es evocar al pasado - contraataqué, era algo muy nuestro este tipo de charlas.

- Puedes aprender del pasado, vivir con él, pero no vivir en el, hay que vivir en el presente, en compañía del pasado y esperando el futuro - dijo mirándome directo a los ojos, mientras me regalaba una sonrisa para tranquilizarme.

- ¿Y qué se hace cuando te arrebatan ese pasado? - pregunté con una verdadera incertidumbre, necesitaba que alguien me dé una respuesta, porque yo ya no sabía qué hacer.

- El pasado, tu pasado, siempre será tuyo, nadie te lo va a arrebatar, estés donde estés siempre va a ser tu compañía - me respondió, y sin embargo yo me sentía tan sola, no percibía a aquella compañía de la cual me hablaba.

Quise responderle, contarle lo que me estaba pasando, sin embargo la imagen de dos personas saliendo del edificio del frente, me lo impidió.

- Ahí vienen - le informé, haciendo que desvié la mirada de nuevo al ventanal.

- Están sonriendo, por lo que deben venir con buenas noticas - quería sonreír frente a tal comentario, para tranquilizarlo, pero solo me salió una extraña mueca. Menos de un minuto ya teníamos a nuestros respectivos abogados, a nuestro lado.

- En hora buena chicos, la venta de la casa fue un éxito - informó sonriente Miranda, mi abogada. Ahí estaba ya se había ido, tal vez lo tuve que suponer el día que había entregado las llaves.

- Como se había acordado, cada uno de ustedes se queda con la mitad de las ganancias - confirmó el abogado de Sebastián.

- Muchas gracias - exclamó Sebastián, mientras estrechaba las manos de los abogados, a modo de despedida; por inercia repetí su accionar.

Sentí como Sebastián me envolvía en sus brazos, siembre había sido un chico de abrazos y yo lo fui con el tiempo.

- Espero tengas una buena vida Sebas - le dije entre medio de lagrimas.

- Te deseo lo mismo Analís - expresó, para luego separase de mi y salir por la misma puerta que habían salido nuestros abogados.

A mí sí me habían robado algo que era mío. No era aquella casa lo que me habían robado, era la parte de mí que se había ido con él. Ella me había saludado una última vez antes de cruzar por aquella  puerta.

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